ORDEN FRANCISCANA
DE LA
DIVINA COMPASIÓN
CURIA GENERAL
FUNDACIÓN ORDEN FRANCISCANA DE LA DIVINA COMPASIÓN
CUERPO DE CAPELLANES
Obispo Protector
Orden Franciscana de la Divina Compasión
Introducción
EL CARISMA FRANCISCANO
Entre los aspectos teológicos más vigorosamente afirmados en el Concilio Vaticano II se halla la realidad carismática en el pueblo de Dios. El
término carisma, empleado expresamente en los textos conciliares,[1] es una expresión acuñada por san Pablo
para designar todo el conjunto de las riquezas encerradas en la gracia de elección, don gratuito de Dios a los llamados en Cristo. Tiene siempre un sentido de beneficio comunitario, puesto al
servicio del entero organismo espiritual.[2] Cada miembro del Cristo místico recibe, además de la justificación bautismal,
una gracia destinada a hacerle contribuir, mediante su actividad, a la salud de todo el cuerpo: carismas diferentes, según la gracia que Dios ha dado a cada uno... y siguiendo el impulso
de la fe (Rm 12,6). Los efectos carismáticos pueden ser diversos, pero siendo uno el Espíritu del que proceden, todos concurren al crecimiento de la caridad en fecunda coordinación a
tenor de las necesidades de la comunidad eclesial. Sonfunciones diferentes como las que tiene cada miembro en el organismo humano: apostolado, profecía, enseñanza, don de milagros,
gracia de curaciones, gracia de asistencia, poder de gobierno, don de lenguas... Pero aun los más excelentes, sin el don radical y supremo de la caridad, no sirven de nada (1 Cor
12-14).
Para el Apóstol los carismas no son necesariamente gracias extraordinarias, milagrosas, sino algo normal en la asamblea de quienes han recibido el don del Espíritu. Todo bautizado posee disponibilidad para ser tomado como instrumento por el mismo Espíritu a fin de realizar una tarea en la edificación de la casa de Dios.
La Iglesia es, a un tiempo, comunidad espiritual y asamblea visible, carisma e institución. La estructura carismática y la estructura jerárquica se completan y mutuamente se necesitan. Quienes tienen la autoridad en la Iglesia han de escuchar y recibir «con gratitud y consuelo» las manifestaciones de la función profética del pueblo de Dios; deber suyo es comprobar la autenticidad de los dones y la lealtad de su ejercicio, pero ante todo han de mirar a «no ahogar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno» (1 Tes 5,19).[3]
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u=192974 (domingo, 05 mayo 2013 00:40)
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